sábado, 1 de enero de 2011

El insípido sabor de la nieve del Norte

En pleno invierno, en una zona de un norte, Adeline estaba sentada en la cama mientras miraba por el cristal. Asombrada, ante la gran cantidad de nieve que caía, y como el aire silbaba su melodía a través de los pequeñísimos huecos del ventanal.
Ella no estaba acostumbrada a la nieve pues en su lugar apenas licuaba. Ahora se alojaba en el noveno piso de un lugar lejano, donde el frío y las ventiscas eran algo habitual.

De repente sintió un impulso, y en unas braguitas naranjas, calcetines largos y camiseta veraniega de talla L, abrió el ventanal y salió al balcón.
Por unos segundos no sintió frío, luego los calcetines empezaron a mojarse con la nieve del suelo, y se sintió abrazada por el frío.
Le gustaba esa sensación, de mirar hacia el frente y comprobar que era la única que estaba fuera de la calidez del hogar. A ella le gustaban los momentos únicos, y las cosas poco habituales, pues la hacían sentir especial.
Quiso sentir aún mas el frío para ver hasta cuanto podía aguantar y se puso donde el aire mas abofeteaba, aplastando los gordos copos de nieve contra sus mejillas.
Adeline rió, al principio solo un poco pero los copos caídos en su cuello y piernas le hacían frías cosquillas.
Se subió a un cubo y se agarró a la barandilla, que así la llegaba por las caderas, y se asomó, abriendo la boca y sacando la lengua.
Estos copos de nieve sabían a libertad, o a estupidez, pensó ella. Era un insípido sabor único y fantástico pues podías imaginar que sabían a chocolate o a limonada. Le gustaba tanto pensar tonterías que ni se molestaba en ocultarlo.
Pasados unos cuantos minutos (con el pelo mojado y los labios morados) se bajó del cubo, dispuesta a entrar en casa. Echó un último vistazo a su alrededor y se dio cuenta que alguien la miraba desde el piso de enfrente. No alcanzó a ver la cara pero supuso que ésta habría tomado forma de incredulidad, al ver a una joven chica sin pantalones, subida a un cubo con la cara frente a un viento helado.
"Da igual, no me conoce" pensó Adeline, y con esa excusa saludó con la mano al anónimo observador, tiritando.
Éste respondió con medio saludo y entrando en casa, algo confuso. Adeline entró en la suya y se quitó toda la ropa mojada, con una sonrisa triunfante.
"Aquí nadie me conoce".
Y se hizo un Nesquik.

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